#Morelia | Tanto por la trascendencia histórica de sus edificios y por el legado arquitectónico y cultural de los mismos.
Redacción por Enrique Alvarado
Morelia, Michoacán a 13 de marzo de 2023.- El Centro Histórico de Morelia es uno de los más relevantes de México, tanto por la trascendencia histórica que de él ha dimanado al país, como por su monumentalidad. Por ello, desde hace tiempo, se han tomado medidas proteccionistas legales, que, a pesar de las fallas en su aplicación, han contribuido a la conservación integral de los monumentos en un alto porcentaje.
Salvo algunas mutilaciones y aperturas de calles, sobre todo en las zonas aledañas a los antiguos conventos, ocurridas en el siglo pasado con motivo de las Leyes de Reforma, el Centro Histórico se ha conservado urbanísticamente muy completo. En realidad, esta área es la que ocupaba la antigua Valladolid de las postrimerías de siglo XVIII, cuya traza se plasmó en el hermoso plano levantado por órdenes del virrey don Miguel La Grua Talamanca y Branciforte, en 1794.
Sobre la delimitación de esa primitiva área urbana, que es propiamente la colonial, se han emitido reglamentos y decretos protectores. Por ejemplo, el reglamento para la conservación del aspecto típico y colonial de la ciudad de Morelia que con carácter estatal se promulgó el 18 de agosto de 1956, el Decreto Presidencial, que federalmente declara al Centro Histórico de Morelia zona de Monumentos Históricos, firmado por el presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, eI 14 de diciembre de 1990 y publicado en el Diario Oficial el día 19 del mismo mes. Finalmente, la declaración oficial de la UNESCO, en cuanto a que es Patrimonio Cultural Mundial, eI 12 de diciembre de 1991.
Lo anterior hace notar el gran significado cultural que el Centro Histórico de Morelia tiene. No podemos pasar por alto que al finalizar la época del virreinato, cuando entonces Valladolid era una pequeña ciudad de escasos 20,000 habitantes, tenía cuatro grandes colegios con sus respectivos, amplios y hermosos edificios, a saber: el Colegio Seminario Tridentino; el Colegio de San Nicolás Hidalgo; el que fue Colegio de Los Jesuitas y el Colegio de Las Rocas destinado a niñas. Asimismo, no seria exagerado decir que en el momento de la Independencia era, políticamente, la ciudad más inquieta y pensante de la Nueva España.
Aquí ve la luz primera el generalísimo doctor José María Morelos, cuyo apellido transformado en acertada eufonía hereda como nombre la ciudad a partir de un decreto deI Congreso local en 1828. Tradición de inconformidades sociales vigente hasta la fecha que, en cierta forma, con frecuencia se manifiesta en el corazón deI Centro Histórico, para su honra y desgracia; la honra es la conciencia permanente de seguir en pie de Lucha, pero la desgracia es que, desde hace varias décadas, especialmente inquietudes estudiantiles o aspiraciones de justicia social, se expresan con las llamadas «pintas» o frases escritas indiscriminadamente sobre los monumentos o cualesquier edificio, lo que los perjudica y hace que causas o razones dignas de simpatía se vuelvan molestas o reprobables.
El Colegio de San Nicolás Hidalgo.
ALGO DE HISTORIA
Morelia se fundó como población oficial el 18 de mayo de 1541 por orden deI virrey Antonio de Mendoza, llamándosele Guayangareo, el nombre de Valladolid se le otorgó tiempo después, en la segunda mitad deI siglo XVI, lo mismo que el título de ciudad y un escudo de armas. Se considera que su importancia como población comenzó a desarrollarse a partir de 1580, cuando se trasladaron a ella, de Pátzcuaro, la sede episcopal de Michoacán y las autoridades civiles, que lo hicieron en 1589.
DESARROLLO MONUMENTAL
Durante el siglo XVll comenzó y se incrementó su desarrollo; a principios, se concluyeron los dos grandes conventos de San Francisco y San Agustín; a mediados, los de El Carmen y La Merced, además de otras iglesias como La Compañía, San Juan y la Cruz, pero, sobre todo, en 1660 se comenzó la construcción de la actual catedral, que constituyó la empresa de arquitectura religiosa de mayores proporciones a la sazón iniciada en todo el país. La ubicación del gran templo definió la composición y distribución de espacios del centro urbano, con un sabio y singular uso de la llamada «sección áurea», que divide en dos plazas desiguales, pero en armonía, el centro de la ciudad; la mayor con portales, la menor con paramentos, pero sin portales, en una conjunción y ritmos de grandiosa originalidad. Sin embargo, el gran auge constructivo y de mayores frutos, ocurrió en el siglo XVIII; de él datan los menores y más numerosos monumentos que hoy embellecen y prestigian a la ciudad, tanto en lo religioso como en el civil.
Al mediar este siglo se fundaron y construyeron tres grandes conventos de monjas: Las Rocas, Las Monjas y Capuchinas; otro de frailes, el de San Diego; otras cinco iglesias, entre ellas la muy amplia dedicada a San José y media docena de capillas secundarias.
En 1744 se concluyeron las fachadas y grandiosas torres de la catedral. Tarnbién es el siglo del máximo esplendor de la arquitectura civil, manifestándose ésta en los suntuosos edificios de educación y gobierno, como el Colegio seminario (hoy palacio de gobierno), el Colegio de los jesuitas (hoy Palacio Clavijero) y el Colegio de San Nicolás, Las Casas Reales (hoy palacio municipal), La Alhóndiga (hoy ampliación del Palacio de Justicia), más docenas de palacios y mansiones señoriales.
Como tal desarrollo monumental requería de servicios públicos, las plazas se adornaron con fuentes y se construyó, entre 1785 y 1789, con el impulso y generosidad del obispo Fray Antonio de San Miguel la recia arquería del acueducto de mil setecientos metros de largo y doscientos cincuenta y tres arcos de cantería.
Poco antes de la Independencia, la ciudad contaba con unos veinte mil habitantes.
Durante el siglo de las Leyes de Reforma, poco se construye de carácter religioso y más bien se destruyen innumerables obras, pero en cambio, en esta época, se multiplican las residencias de carácter neoclásico que se acomodan sin atropello junto a los viejos palacios coloniales, como reflejo de reestructuración y el equilibrio social tan anhelado en esas fechas.
Al finalizar el siglo, se construían edificios tan importantes como el nuevo Seminario Tridentino, junto a la Iglesia de San José, y el Colegio Teresiano (hoy Palacio Federal), ambos dirigidos por don Adolfo Tremontels, con un estilo neoclásico tan ornamentado que resulta de aspecto más abarrocado que el sobrio barroco tradicional de la ciudad. Al acumularse esta secuencia creativa, la ciudad se enriqueció; sólo en su centro histórico, Morelia cuenta con diez amplias plazas, unas cinco plazuelas y otras tantas rinconadas con fuentes públicas que, como espacios abiertos, puntualizan la trama de calles y barrios, los cuales están en torno a veinte iglesias y capillas de la época virreinal, entre las que también se ubican los numerosos palacios y mansiones.
No destruir es ya construir, y preservar es una forma de recrear; en este empeño, Morelia busca su propia aportación, ya que una de las actitudes de conciencia, característicamente moderna, es la del respeto al patrimonio cultural heredado. Tal es la responsabilidad que implica el Decreto Federal de Protección al Centro Histórico de Morelia, donde se listan o incluyen no menos de 1,113 edificios, número indicador de la gran riqueza monumental que aún posee la ciudad.
CARÁCTER URBANO
El trazo original, realizado en el siglo XVI, ha llegado prácticamente intacto hasta nosotros, haciéndose presentes caros anhelos renacentistas como son el orden, lo dispendioso y los previsores espacios que se abren en plazas y se prolongan en calles sin temor al crecimiento. Para su época, la ciudad se pensó con generosidad; desde el principio tuvo calles anchas y plazas amplias, con tal dispendio espacial que su posterior desarrollo no hizo sino dar respuestas con vertical monumentalidad a la gallardía propuesta y presentida desde su plano.
Un orden sin monotonía preside las calles, una cuadrícula que al extenderse sobre las suaves irregularidades de la loma pierde rigor geométrico y se adapta a ellas, no en forma abstracta sino «orgánica», diríamos hoy. Esta cuadrícula, que parece trazada «a manos», y no con regla, norma el curso de las calles que se curvan suavemente, haciendo que los planos verticales sean como una réplica de la ondulación horizontal que los sustenta.
Esta armonía entre plano y alzado, tan sabiamente sentida, se complementa en sentido monumental con un afán de subrayar la belleza de los grandes edificios, exaltando sus volúmenes o elementos primordiales como son fachadas, torres y cúpulas. Esto se logró enfilando las perspectivas de las calles hacia ellos, intención que ya se encuentra en germen en las calles que desembocan a la fachada de San Francisco y a la lateral de San Agustín. Posteriormente, esta solución se agudizó e hizo con claro énfasis barroco a partir del gran ejemplo dado por la colocación de la catedral, la que empezada en 1660, ubica su eje mayor no en relación con la plaza, sino con dos calles que desembocan a ella, de tal manera que su fachada principal y ábside interrumpen, a la vez que rematan grandiosamente, amplias perspectivas. Después de la Catedral, numerosas iglesias, de plena época barroca, sobre todo en el siglo XVIII, alteran el ya de por si flexible trazo renacentista y discretamente lo convierten en barroco, creándose sorpresas visuales al variar los remates de calles, para ello bastó con que algunas iglesias se construyeran de manera que, alterando un poco la traza original, o interrumpiéndola atrevidamente en algunos casos, las fachadas, ciertas portadas laterales, torres y cúpulas, se levantaron de manera que salen al paso del viandante polarizando perspectivas. Hoy es peculiar de Morelia, aunque no exclusiva, la rítmica armonía de su arquitectura civil enfilada hacia remates monumentales.
Perspectivas que de discurrir abiertas y libres pasan a ser absorbidas, delimitadas y sujetas por la tibia y penumbrosa calma de los interiores.
Así, las fachadas de templos como la Catedral, San Francisco, portada lateral de San Agustín, fachada principal y portada lateral de San José, Las Rosas, Guadalupe y Cristo Rey, rematan calles.
Las calles de Morelia no se sujetan sólo a la rigidez rectilínea de extremos indefinidos, tampoco zigzaguean o se quiebran arbitrariamente, sino que tienen una meta intencional, una lógica de la variedad urbana que no deja nada al azar. Su carácter se encuentra en el justo medio entre la monotonía y lo pintoresco.
ESTILÍSTICA DE LA CIUDAD
Quizá el rasgo artístico que más impresiona al visitante de Morelia es la armónica unidad que emana. A primera vista, parece que la ciudad hubiese sido hecha de un tirón; sólo al ir observando sus distintas arquitecturas se aprecia la rica acumulación de épocas y estilos que la integran, fundados y atemperados por una voluntad formal que aglutina y ordena por medio del material constructivo: la cantera. Aquí los estilos parecen haber discurrido como necesarias manifestaciones de época, pero atenuando sus excesos.
Hoy, cuando tantas ciudades se transforman presentando violentos contrastes, se hace por ello más notable esa cumplida condición estética de «unidad en la variedad», que otorga distinción y señorío a Morelia, señorío, por cierto, grave y austero.
Ciudad monumental, pero poco decorada, de expresión planimétrica con absoluta preferencia por lo bidimensional. Basta con ver la Catedral, donde reina la pilastra sobre la columna y los relieves sobre la escultura de bulto. Sólo en su exterior, esta Catedral luce más de doscientas pilastras y ni una sola columna, caso insólito y único entre las catedrales virreinales.
Fachada de la Catedral de Moreila.
El esplendor sobreabundante se depuró, dándose preferencia a la elegante y sobria monumentalidad por sobre la riqueza ornamental, gusto y criterio que se hace extensivo a la ciudad, donde se eligió el tono de mesura en vez del de la euforia.
Tal es Morelia, cuyo mayor mérito y más fuerte característica estriba, sin duda, en ese saber armonizar diferentes épocas y estilos, en su sobriedad consciente, sin dogmáticos rechazos ni fáciles entregas, en su poder de asimilación, que retiene lo que considera le es conveniente, pero deja pasar lo que no se identifica con su propio sentido plástico condicionado a través de siglos.
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